¿Qué tienen en común Raúl Paz, Ramírez Marín, Verónica Camino Farjat y Rommel Pacheco? Que cambiaron de partido político en pleno ejercicio del cargo público para el que fueron electos.

En el argot popular estos cambios o saltos de un partido político a otro son conocidos como “chapulineo”. Y es legal, pero siempre será tan inmoral que los actores lo concretan en lo oscurito, en sigilo y por sorpresa.

¿Qué opinan los electores de Mérida sobre esta práctica? Entrevistamos a 370 ciudadanos al respecto y estos son los resultados del estudio: 

 

 

 

 

EN CONCLUSIÓN

Las estadísticas de este estudio revelan el rechazo al “chapulineo”: 52% dice que está en desacuerdo, el 60% considera que deberían impedir esta pésima práctica, el 62% se desilusiona de las y los políticos saltarines y el 53% afirma que no votaría de nuevo por un candidato chapulín.

Tiene sentido la postura de los ciudadanos, pues los políticos no son dueños de sus curules o posiciones. Ellos salieron a la calle a pedir el voto, que muchísimas veces fue otorgado en razón de su pertenencia a determinado partido.

Esto no se trata de simpatías, de que caigan bien o mal determinados políticos. Finalmente ellos prefirieron servirse con la cuchara grande y antepusieron sus intereses personales a los comunes.

Estos políticos, que en algún momento pudieron ser responsables, intentan justificar su decisión. ¿Y qué más? Tienen que lavarse la cara y decir que fueron víctimas. La realidad es que vendieron sus convicciones (si es que las tuvieron) y fueron al partido que creen que los acerca a su éxito particular, todos ligados a la 4T. Porque ninguno, démonos cuenta, ha pasado a Nueva Alianza o al PRD.

Y cuanto más intentan justificarse, más se hunden. Hay temas y asuntos que son injustificables.

Por último, llama la atención la indiferencia. 30% de los encuestados señaló que no les afecta, que les da lo mismo esta negativa práctica. No seamos sosos o indulgentes con quienes en política sólo se quieren a sí mismos.

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